Corinto, una de las
grandes ciudades del mundo antiguo, estaba situada en el istmo entre Acaya y el
Peloponeso. Poseía dos puertos, Cencreas al este (Rom 16,1; Hch 18,18) y Lequeo
al oeste. Había sido destruida por los romanos en el año 146 a.C., y fundada de
nuevo por César un siglo después. La nueva población se componía, sobre todo,
de colonos italianos, veteranos del ejército de César. Los griegos volvieron
poco a poco y hubo también gran afluencia de orientales, entre ellos una
importante colonia judía, atraída por el comercio, de modo que, en la época de
Pablo, la ciudad había recobrado su antiguo esplendor. Su posición privilegiada
entre los dos mares, el encontrarse como
Éfeso en la ruta comercial de Oriente a Occidente, y ser políticamente
la capital de la provincia romana de Acaya, con residencia del procónsul romano
(Hch 18,12) contribuyó a hacer la la ciudad más brillante del Imperio, propicia
a los negocios y a la vida alegre. Como ciudad comercial, estaba dominada por
el afán de dinero (5,10-11; 6,10), que provocaba litigios ante los tribunales
(5,1-11). El culto de Afrodita Pandemos, con la prostitución sagrada en el
templo (helenización del culto de Astarté), creaba un ambiente de inmoralidad
(6,12-20; 7,1-7), notorio en todo el Imperio. El pasaje de Rom 1,18-32, escrito
desde Corinto, da una idea de la impresión que la ciudad hizo sobre el apóstol.
Fue Pablo el primer misionero cristiano
que predicó el evangelio y fundó una comunidad en Corinto (3,6-10; 4,15; 2 Cor
10,14). Llegó allí desde Atenas (Hch 18,1) deprimido por su fracaso (2,3) el
año 40 o 50; se asoció a un matrimonio judío, Aquila y Priscila (o Prisca, cf.
Rom 16,2), que ejercían su mismo oficio, tejedores de lona (Hch 18,2-4). Iba
los sábados a predicar a la sinagoga, tratando de ganar a judíos y griegos
prosélitos (Hch 18,4). Su plena actividad en Corinto empezó, sin embargo, cuando
Silas y Timoteo llegaron de Macedonia (2 Cor 1,19; Hch 18,5) llevándole
probablemente una ayuda económica (2 Cor 11,7-11) y Pablo no se vio ya obligado
a emplear su tiempo en el trabajo manual (Hch 18,5). Los judíos respondieron
muy mal a la predicación de Pablo, hasta el punto que tuvo que romper con ellos
y dedicarse a los paganos (Hch 18,5-6). Continuó entonces su actividad en casa
de un prosélito, Ticio Justo. Hubo muchas conversaciones en Corinto, entre
ellas algunas de judíos notables, como Crispo (Hch 18,8; 1 Cor 1,14), bautizado
por Pablo en persona (1,14), y Sóstenes, que escribe con Pablo esta carta
(1,1), ambos jefes de sinagoga (Hch 18,8.17).
Pablo se detuvo año y medio en Corinto
(Hch 18,11). De allí, acompañado de Áquila y Priscila, fue a Éfeso, donde los
dejó para marchar a Jerusalén y Antioquía (Hch 18,18-22). Fue después a Galacia
y Frigia y para el otoño estaba de nuevo en Éfeso (Hch 18,23; 19,1) donde
permaneció dos años y medio (Hch 19,10; 20,31).
Entre tanto muchas cosas habían
sucedido en Corinto. Apolo, judío alejandrino, muy versado en la Escritura (Hch
18,24-27), había estado en Corinto (Hch 19,1) y había predicado con gran éxito,
siguiendo la línea de Pablo, pero con mucha elocuencia. Quizá Pedro mismo había
pasado por Corinto (9,4), pero, en cualquier caso, habían visitado la ciudad
predicadores judaizantes, que probablemente se escuchaban detrás del nombre de
Pedro. El resultado fue que la comunidad se dividió en bandos, convirtiendo a
los predicadores en jefes de facción, evidentemente contra la voluntad al menos
de Pablo y Apolo, que, tras su breve visita a Corinto, se encuentra en Éfeso
junto a Pablo (16,12).
Excepto en invierno, las comunicaciones
entre Éfeso y Corinto eran fáciles; con tiempo favorable el viaje en barco
podía durar una semana o menos. No es, pues extraño que Pablo tuviera noticias
de Corinto (11,18; 15,12) por Apolo, por gente de la casa de Cloe (1,11),
probablemente esclavos cristianos de una dama efesina, y por una carta que le
mandan los corintios, en que le proponen varias cuestiones (7,1); también los
portadores de la carta, quizá Esteban, Fortunato y Acaico (16,17) le habrán
puesto al corriente de la situación.
1 Cor no es la primera carta que Pablo
escribió a Corinto; antes hubo otra en que daba directrices sobre el trato con
los cristianos de conducta notoriamente inmoral (5,9). Esta carta se ha
perdido, aunque algunos creen reconocer un fragmento en el pasaje de 2 Cor
6,14-7,1.
Pablo escribe 1 Cor desde Éfeso, durante
su estancia en aquella ciudad (54-57), en la primavera (16,8) probablemente del
año 56.
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