miércoles, 29 de febrero de 2012

1 CARTA A LOS CORINTIOS. DIVISIÓN.

DIRECCIÓN Y EXORDIO ( 1,1-9).

I. DIVISIÓN EN CORINTO (1,10-4,21)

II. TRES ESCÁNDALOS CONTRA EL TESTIMONIO

III. RESPUESTA A UNA CONSULTA SOBRE EL ESTADO DE VIDA (7,1-40).

IV. ¿SE PUEDE COMER LA CARNE SACRIFICADA? (8,1-11).

V. DOS AVISOS PARA LAS CELEBRACIONES (11,2-34).

VI. DONES DEL ESPÍRITU (12,1-14,40).

VII. LA RESURRECCIÓN (15,1-58).


VIII. CUESTIONES VARIAS Y DESPEDIDA (16,1-23).

1 CARTA A LOS CORINTIOS. CONTENIDO.

  Tal variedad de temas no permiten un desarrollo sistemático, como es el caso de la carta a los Romanos. Sin embargo, precisamente la variedad de sujetos tratados da ocasión a que muchas concepciones teológicas de Pablo salgan a la superficie. Expongamos las más actuales.

        En primer lugar hay que subrayar la importancia del testimonio de unión entre los cristianos, por encima de partidismos (1-3) y aun del perjuicio económico (6,7). La unión es el testimonio que ha de dar la Iglesia en un mundo dividido, y este testimonio puede exigir sacrificios. Notemos la paciencia de Pablo con los que yerran, pues ni siquiera amenaza de excomunión a los que negaban la resurrección; por el contrario, se toma tiempo para enseñarles con paciencia y argumentos -no autoritariamente- lo que concierne a la fe cristiana.

      Ante una comunidad inmadura trata Pablo de educarla, no de imponerse a ella. Muestra energía, pero no autoritarismo. Da razones para que se convenzan de lo absurdo de sus partidismos (3,5-9), les atribuye el papel de juzgar a un individuo indigno (5,12), les explica el contrasentido de la fornicación (6,12-20), aduce argumentos para mostrar su calidad de apóstol y su desinterés (9,1-18), explica su aparente oportunismo (9,19-23), les inculca la necesidad de una autodisciplina para no invalidar la fe (9,24-10,11), remitiéndose a su sensatez (10,15); expone sus argumentos, bastante flojos por cierto, para oponerse a la libertad de las mujeres en las asambleas (11,2-16); para evitar envidias y sentido de superioridad, explica la naturaleza de la Iglesia con la imagen del cuerpo (12,12-31) y expone largamente la utilidad relativa de los diferentes carismas (14,1-33).

      Distingue cuidadosamente lo que es orden del Señor y consejo suyo personal (7,10.12); en vez de dar órdenes, propone su propio ejemplo (4,16; 10,33-11,1), y cuando se muestra enérgico, no es para imponerse él, sino para llevar a todos a seguir a Jesús (3,21-23) o a evitar costumbres que podrían neutralizar el testimonio (11,2-16).

      Un punto de la mayor importancia es la aceptación y aplicación del principio de la libertad cristiana. Siempre enseñó Pablo la liberación total del hombre efectuad por Cristo y que el objetivo de la libertad es el mutuo servicio por amor (Gál 5,1-13). Pero en esta carta se le presentan casos concretos de su mal uso. Acepta plenamente el eslogan corintio, quizá aprendido de él mismo, consecuencia de su doctrina de la abolición del régimen de la Ley, pero lo pone en su verdadero contexto: la libertad la da Cristo para que sea posible amar al prójimo sin trabas. Por eso el uso irresponsable de la libertad, que se opone a la propia realización, no es cristiano (6,12); lo mismo el uso que impide el crecimiento de los otros, que los hiere, los turba o los extravía (10,23-11,1). La libertad cristiana es total, pero está guiada por el sentido de la responsabilidad a sí mismo y a los demás, pues su objetivo es el amor mutuo, ayudar a los demás a su crecimiento. Esto está magníficamente expresado en el elogio del amor (13,1-13). El hombre que no ejercita el amor hacia los demás, que no se siente responsable del bien, de la realización de los demás, no tiene calidad por muchos dones que posea (13,1-3). La estatura moral del cristiano no se mide por observancias, por método de vida, por devoción o piedad, sino por la fe que se traduce en amor (Gál 5,7); tal es la doctrina de 1 Cor. Vemos aquí la respuesta al inmoralismo de que se acusaba a Pablo: el amor fraterno, como norma de vida, es mucho más exigente y penetrante que cualquier observancia de código, según la doctrina de Jesús mismo (Mt 7,12).

        Sólo la libertad, fuertemente afirmada por Pablo, permite olvidarse de sí para hacer bien a los demás en cualquier circunstancia en que se encuentren (9,19-23). El que no es libre no puede amar hasta el final.

       En relación con la doctrina del amor y la unión que penetra toda la carta, está la celebración de la eucaristía. Ésta, como expresión y alimento del amor fraterno, resulta imposible cuando en la comunidad se practica la injustica o se muestra desprecio (11,21-22). No es, pues, la eucaristía para Pablo una devoción individual, sino una expresión comunitaria, una presencia del Señor en medio del grupo cristiano, para recordarle, por la proclamación de su muerte, el compromiso del amor universal que profesa,  y sostenerlo en él con la eficacia del Espíritu.

       Muy interesante también es la concepción eclesiológica de la carta. La Iglesia es un cuerpo, cuyos miembros colaboran entre sí ofreciendo para el bien común las capacidades que Dios les ha dado (12,7.22-23). El papel de cada uno de los miembros, aún de los más importantes, como los apóstoles, no es colocarse por encima de los demás, sino ayudarles a pertenecer totalmente a Jesús (3,21-23). La dirección de la comunidad de Corinto no está encomendada en esta época a individuos determinados, la Iglesia va madurando a base de la colaboración de las diferentes aptitudes.

       La vuelta de Jesús es considerada inminente (7,29; 15,51); por esto se pide una actitud despegada respecto a la realidad del mundo (7,29-31). Este consejo tiene, sin embargo, su validez perenne: el valor supremo para el hombre es el reinado de Dios; todos los demás le están subordinados.

       Una palabra sobre los dones carismáticos: la profecía (14,1-5.24), es decir, hablar o predicar inspirados por el Espíritu es un carisma que responde a las necesidades de la comunidad (14,3), sea para corregir abusos como para abrir horizontes. Hablar en lenguas arcanas es un don dado para el bien del individuo (14,2.4), ejercitable a voluntad, en que éste se expresa en una serie de sonidos ininteligibles para él mismo, pero que a veces son reconocidos como una lengua por otros que lo entienden. En ocasiones el que habla en lenguas se siente movido a pronunciar un mensaje en voz alta, para la comunidad; en cuyo caso otro debería recibir la traducción del mensaje (14,5.13).

        Nadie pone en duda la autenticidad de esta carta. Aunque algunos han querido ver en algunas secciones fragmentos de escritos diferentes, sus tesis han sido efímeras.

        El estilo de la carta es vivo, pintoresco y claro.      

1 CARTA A LOS CORINTIOS. DESTINATARIOS.

 La comunidad de Corinto estaba formada en su mayor parte por gente de baja categoría social (1,26-28) que, además, por la abigarrada población de la ciudad, debía de ser de muy diverso origen y la mayoría antiguos paganos (8,7; 12,1-2).

         La situación de aquella iglesia era difícil, no sólo por la diversidad d ela gente que la componía, sino por sus antecedentes paganos y por el influjo enorme de aquella cultura y mentalidad. De hecho estaban engreídos con el saber (1,17.20-25; 2,6; 3,18) y la elocuencia y se sentían tentados por la inmoralidad ambiente (6,15; 7,2). El influjo de los misterios paganos les hacía dar exagerada importancia al vínculo contraído con el que los iniciaba en el cristianismo por el bautismo (1,12-13.17; 4,15). Las ideas de la filosofía griega también se infiltraban y les hacían dudar de la resurrección o negarla (15,12).

       Para contrarrestar el influjo del medio ambiente, el Espíritu,  se manifestaba entre ellos de modo excepcional, derramando carismas extraordinarios (1,5), especialmente el discurso inspirado (profecía) y el hablar en lenguas desconocidas (glosolalia). Sin embargo, la falta de madurez cristiana (3,1-3) se manifestaba, sobre todo, en el culto de la personalidad, en la adhesión fanática a un líder, desprestigiando a otros (1,12; 3,4; 4,6). Existía también un partido que de algún modo pretendía tener el monopolio de Cristo (1,12; 2 Cor 10,7). Algunos discutían que Pablo fuera un verdadero apóstol (9,1). Mientras en unos se veía una tendencia ascética (7,1-2), otros no daban importancia a la inmoralidad (6,12-18; 10,8).

      En aquella confusión de ideas y de sentimientos (1,10-12) salía perjudicado el amor fraterno: las divisiones llegaban a la discordia (1,11), muchos estaban engreídos por su mayor saber e importancia (8,2; 4,7.18-20) y despreciaban a los de menos categoría (12,22-23); se usaba de la propia libertad sin consideración a los demás (8,12; 10,24). En la misma celebración de la eucaristía se subrayaba la diferencia de clases, humillando a los más pobres (11,21-22); los carismas se ejercitaban con espíritu exhibicionista (14,6-20) y no para provecho de la comunidad.       

1 CARTA A LOS CORINTIOS. INTRODUCCIÓN. ORIGEN DE LA CARTA.

 Corinto, una de las grandes ciudades del mundo antiguo, estaba situada en el istmo entre Acaya y el Peloponeso. Poseía dos puertos, Cencreas al este (Rom 16,1; Hch 18,18) y Lequeo al oeste. Había sido destruida por los romanos en el año 146 a.C., y fundada de nuevo por César un siglo después. La nueva población se componía, sobre todo, de colonos italianos, veteranos del ejército de César. Los griegos volvieron poco a poco y hubo también gran afluencia de orientales, entre ellos una importante colonia judía, atraída por el comercio, de modo que, en la época de Pablo, la ciudad había recobrado su antiguo esplendor. Su posición privilegiada entre los dos mares, el encontrarse como  Éfeso en la ruta comercial de Oriente a Occidente, y ser políticamente la capital de la provincia romana de Acaya, con residencia del procónsul romano (Hch 18,12) contribuyó a hacer la la ciudad más brillante del Imperio, propicia a los negocios y a la vida alegre. Como ciudad comercial, estaba dominada por el afán de dinero (5,10-11; 6,10), que provocaba litigios ante los tribunales (5,1-11). El culto de Afrodita Pandemos, con la prostitución sagrada en el templo (helenización del culto de Astarté), creaba un ambiente de inmoralidad (6,12-20; 7,1-7), notorio en todo el Imperio. El pasaje de Rom 1,18-32, escrito desde Corinto, da una idea de la impresión que la ciudad hizo sobre el apóstol.

        Fue Pablo el primer misionero cristiano que predicó el evangelio y fundó una comunidad en Corinto (3,6-10; 4,15; 2 Cor 10,14). Llegó allí desde Atenas (Hch 18,1) deprimido por su fracaso (2,3) el año 40 o 50; se asoció a un matrimonio judío, Aquila y Priscila (o Prisca, cf. Rom 16,2), que ejercían su mismo oficio, tejedores de lona (Hch 18,2-4). Iba los sábados a predicar a la sinagoga, tratando de ganar a judíos y griegos prosélitos (Hch 18,4). Su plena actividad en Corinto empezó, sin embargo, cuando Silas y Timoteo llegaron de Macedonia (2 Cor 1,19; Hch 18,5) llevándole probablemente una ayuda económica (2 Cor 11,7-11) y Pablo no se vio ya obligado a emplear su tiempo en el trabajo manual (Hch 18,5). Los judíos respondieron muy mal a la predicación de Pablo, hasta el punto que tuvo que romper con ellos y dedicarse a los paganos (Hch 18,5-6). Continuó entonces su actividad en casa de un prosélito, Ticio Justo. Hubo muchas conversaciones en Corinto, entre ellas algunas de judíos notables, como Crispo (Hch 18,8; 1 Cor 1,14), bautizado por Pablo en persona (1,14), y Sóstenes, que escribe con Pablo esta carta (1,1), ambos jefes de sinagoga (Hch 18,8.17).

        Pablo se detuvo año y medio en Corinto (Hch 18,11). De allí, acompañado de Áquila y Priscila, fue a Éfeso, donde los dejó para marchar a Jerusalén y Antioquía (Hch 18,18-22). Fue después a Galacia y Frigia y para el otoño estaba de nuevo en Éfeso (Hch 18,23; 19,1) donde permaneció dos años y medio (Hch 19,10; 20,31).

        Entre tanto muchas cosas habían sucedido en Corinto. Apolo, judío alejandrino, muy versado en la Escritura (Hch 18,24-27), había estado en Corinto (Hch 19,1) y había predicado con gran éxito, siguiendo la línea de Pablo, pero con mucha elocuencia. Quizá Pedro mismo había pasado por Corinto (9,4), pero, en cualquier caso, habían visitado la ciudad predicadores judaizantes, que probablemente se escuchaban detrás del nombre de Pedro. El resultado fue que la comunidad se dividió en bandos, convirtiendo a los predicadores en jefes de facción, evidentemente contra la voluntad al menos de Pablo y Apolo, que, tras su breve visita a Corinto, se encuentra en Éfeso junto a Pablo (16,12).

       Excepto en invierno, las comunicaciones entre Éfeso y Corinto eran fáciles; con tiempo favorable el viaje en barco podía durar una semana o menos. No es, pues extraño que Pablo tuviera noticias de Corinto (11,18; 15,12) por Apolo, por gente de la casa de Cloe (1,11), probablemente esclavos cristianos de una dama efesina, y por una carta que le mandan los corintios, en que le proponen varias cuestiones (7,1); también los portadores de la carta, quizá Esteban, Fortunato y Acaico (16,17) le habrán puesto al corriente de la situación.

        1 Cor no es la primera carta que Pablo escribió a Corinto; antes hubo otra en que daba directrices sobre el trato con los cristianos de conducta notoriamente inmoral (5,9). Esta carta se ha perdido, aunque algunos creen reconocer un fragmento en el pasaje de 2 Cor 6,14-7,1.
        Pablo escribe 1 Cor desde Éfeso, durante su estancia en aquella ciudad (54-57), en la primavera (16,8) probablemente del año 56.